EL INVENTO DE ZAPATERO
«¡QUE inventen ellos!», tronaba don Miguel de Unamuno en la España angustiada del 98. No es que España haya inventado mucho, pero al menos ahí están el submarino de Isaac Peral, el autogiro de Juan de la Cierva y el Talgo de Alejandro Goicoechea, que son ilustres inventos hispanos. No se conoce, o no lo conozco yo, el nombre del inventor del botijo, y tampoco sé quién pudo inventar el «Don Nicanor tocando el tambor» y el matasuegras, tal vez inventos menores, pero en todo caso inventos celtíberos beneméritos.
Aquel polémico grito unamuniano queda ahora definitivamente atrás, listo para dormir en el desván del pasado ante el invento verdaderamente gigantesco, de alcance universal y capaz de dar nuevos cauces al acontecer histórico, realizado por el presidente del Gobierno español, prohombre excepcional y genio de la especie humana. El invento ha sido anunciado en la sede del imperio, en la entraña de la metrópoli. El nombre de José Luis Rodríguez Zapatero quedará escrito con letras indelebles en el libro de oro de la Historia de la Humanidad. Jamás deberíamos fatigarnos los españoles de repetir loores, alabanzas y bendiciones al genio de Zapatero.
Si un biógrafo exaltado, con evidente exageración, pudo comparar al socialista Alfonso Guerra con el grande Leonardo da Vinci, y si hubo quien osó poner el nombre del socialista Felipe González junto al del emperador Carlos, señor de Europa, muy por encima de todos ellos hay que poner el nombre de este sociata leonés, quien en bondad y en mansedumbre no cede ante el «poverello d´Assisi», el varón que tuvo «corazón de lis, alma de querube y lengua celestial», el mínimo y dulce san Francisco, ni desmerece en el diálogo ante Platón el divino, y en talante le da mil vueltas al santo Job, prototipo de la paciencia. De Zapatero se puede decir lo que Jorge Manrique decía de su padre, el maestre don Rodrigo: «¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Qué benigno a los sujetos! ¡A los bravos y dañosos qué león!».
El gran azote de la Humanidad doliente en el umbral del siglo XXI, que viene arrastrado desde el siglo pasado, es sin duda el terrorismo, esa lacra que ataca ferozmente a los inocentes, a las gentes pacíficas, a los ciudadanos inermes y desapercibidos. El mundo occidental, las naciones civilizadas y desarrolladas no habían encontrado hasta ahora un remedio eficaz contra esa terrible plaga de los años dos mil. Bueno, pues ese remedio lo acaba de hallar Rodríguez Zapatero.
El genial leonés ha viajado hasta Nueva York para dar cuenta al mundo de su invento, que como todos los grandes hallazgos es muy sencillo. Es el huevo de Colón. «La igualdad de sexos es más eficaz contra el terrorismo que la fuerza militar», ha dicho. Y enseguida todas las naciones atormentadas por el terror se han lanzado a conseguir la igualdad de sexos. Se supone que esa igualdad de sexos no se consigue ante la anatomía, rebanando las arracadas a ellos o haciéndoles un trasplante a ellas, sino a una igualdad de trato social.
Felipe González acaba de declarar crípticamente: «Ser socialista no es lo mismo que ser tonto». No siempre, pero a veces, sí lo es, señor González.
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